La segunda montaña - Reseña crítica - David Brooks
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La segunda montaña - reseña crítica

La segunda montaña Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Autoayuda y motivación

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: The Second Mountain

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 9788484458654

Editorial: Gaia

Reseña crítica

David Brooks explora la vida de aquellos que, tras alcanzar las cimas que dicta nuestra cultura, descubren que su verdadera montaña está en otra parte. 

Estas personas radiantes de felicidad han emprendido un segundo viaje, una travesía que va más allá del éxito individual y que se sumerge en la esencia de la vida interdependiente, la conexión profunda con los demás y el compromiso significativo. 

A través de sus páginas, Brooks nos invita a reflexionar sobre nuestra propia trayectoria y nos guía hacia la búsqueda de un propósito más auténtico y enriquecedor. Sumérgete en esta obra reveladora que ilumina el camino hacia una vida plena y llena de significado. ¿Vamos?

La búsqueda de la alegría permanente

La alegría no es un mero sentimiento, sino que puede ser una actitud. Hay alegrías pasajeras que tenemos todos cuando alcanzamos algún triunfo, y hay, por otra parte, ese otro tipo de alegría que es permanente y que anima a las personas que no están obsesionadas consigo mismas, sino que se han entregado.

La vida de esas personas tiene un perfil de dos montañas. Terminaron los estudios, emprendieron su carrera profesional o fundaron una familia, y decidieron cuál era la montaña que consideraban que debían escalar: voy a ser policía, médico, empresario, lo que sea.

En la primera montaña todos tenemos que cumplir determinadas tareas vitales: establecer una identidad, independizarnos de nuestros padres, cultivar nuestras capacidades, formarnos un ego seguro e intentar dejar huella en el mundo. 

Las personas que están escalando esa primera montaña dedican mucho tiempo a pensar en su reputación. Como dijo el psicólogo James Hollis, en esa etapa tendemos a pensar: Soy lo que el mundo dice que soy. 

Las metas de esa primera montaña son las normales que propugna nuestra sociedad: tener éxito, estar bien considerado, que te dejen entrar en los círculos sociales adecuados y que alcances la felicidad familiar. Todas las cosas normales: una buena casa, una buena familia, unas vacaciones agradables, buena comida, buenos amigos, etcétera. 

Hay algunas personas que alcanzan la cumbre de esa primera montaña, que saborean el éxito y no les satisface. Se preguntan: ¿Esto es todo lo que hay? Perciben que deben de poder emprender un viaje más profundo. 

Hay otras personas que se despeñan en esa montaña por algún fracaso. Tienen algún tropiezo en su carrera profesional, en su familia o en su reputación. De pronto, ya no les parece que la vida sea una ascensión regular por la montaña del éxito; tiene una forma distinta y más decepcionante. 

Hay otros tantos a los que les sucede algo inesperado que los deja hundidos: la muerte de un hijo, un roce con el cáncer, la lucha contra una adicción, alguna tragedia que les cambia la vida y que no formaba parte del plan primitivo. 

Sea cual sea la causa, esas personas ya no están en la montaña. Han descendido al valle del desconcierto o del sufrimiento. Nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para despeñarte de tu primera montaña.

El valle

Épocas de sufrimiento tienden a dejar al descubierto nuestras partes más profundas y a recordarnos que no somos las personas que creíamos ser. Las personas que están en el valle se han roto, y ha quedado visible su interior.

Se les ha recordado que son algo más que las partes de sí mismas que dejaban ver. Tienen otro nivel que habían descuidado, un sustrato donde residen las heridas oscuras y la mayoría de los anhelos poderosos.

Ante los sufrimientos de este tipo, algunos se encogen. Asustados, rehúyen sus profundidades interiores. Sus vidas se vuelven más pequeñas y más solitarias.

Pero, a otros, este valle es lo que les da plenitud. La época de sufrimiento les interrumpe el curso superficial de su vida cotidiana. Les permite ver más hondo dentro de sí mismos y darse cuenta de que por debajo, en el sustrato, existe una capacidad fundamental de afecto que les brota de lo más tierno que tienen, un anhelo de trascender el yo y de interesarse por los demás. 

Cuando se han encontrado con este anhelo, están preparadas para convertirse en personas completas. Ven las cosas familiares con ojos nuevos. Son capaces, por fin, de amar a su prójimo como a sí mismos y de que esto no sea un mero lema sino una realidad práctica. 

En primer lugar se rebelan contra el ideal de su ego. Cuando estaban en la primera montaña, su ego tenía una cierta idea de aquello a lo que aspiraba: la idea de alcanzar cierta relevancia, el placer y el éxito. 

Cuando bajan al valle pierden el interés por el ideal de su ego. Claro está que después siguen sintiendo sus deseos egoístas y a veces sucumben a ellos. Pero en general se dan cuenta de que los deseos del ego no van a dejar satisfechas nunca esas regiones profundas que han descubierto en sí mismos. 

En segundo lugar, se rebelan contra la cultura establecida. Han pasado toda su vida aprendiendo lecciones de economía o viviendo en el seno de una cultura que les enseñaba que los seres humanos buscan su propio interés: el dinero, el poder, la fama. Pero, de pronto, ya no les interesa lo que las demás personas les dicen que deben desear. 

El mundo les dice que sean buenos consumidores, pero ellos quieren dejarse consumir por una causa moral. El mundo les dice que quieran tener independencia, pero lo que ellos quieren es la interdependencia, estar integrados en una red de relaciones personales cálidas. 

El mundo les dice que deseen la libertad individual, pero lo que ellos desean es la intimidad, la responsabilidad y el compromiso. El mundo quiere que asciendan por la escalera y que persigan el éxito, pero ellos quieren ser personas para los demás. Las personas que se han vuelto más grandes por el sufrimiento tienen el valor suficiente para dejar morir partes de su viejo yo. 

Sus motivaciones cambian cuando están en el valle. Han pasado de estar centradas en sí mismas a estar centradas en los demás. Llegadas a este punto, las personas se dan cuenta de que allí hay otra montaña mayor que es la montaña verdadera. 

La segunda montaña no es opuesta a la primera. Escalarla no significa rechazar la primera montaña. Es el viaje que le sigue. Es la fase más generosa y satisfactoria de la vida. A algunas personas les cambia la vida radicalmente cuando les pasa esto. 

No escalas la segunda montaña como escalas la primera. Tu primera montaña la conquistas. Identificas la cumbre y te abres camino hacia ella con uñas y dientes. Tu segunda montaña te conquista a ti. Te rindes a una llamada, y haces todo lo necesario para atenderla y para abordar el problema o la injusticia que tienes delante. 

En la primera montaña tiendes a ser ambicioso, estratégico e independiente. En la segunda montaña tiendes a atender a las relaciones personales y a la intimidad y a ser incansable.

Las personas de la primera montaña suelen ser alegres, interesantes y divertidas. Suelen tener trabajos imponentes y son capaces de llevarte a una variedad impresionante de restaurantes estupendos. Las personas de la segunda montaña no rechazan los placeres del mundo. 

Saben disfrutar de una buena copa de vino o de una playa bonita. (No hay nada peor que esas personas que están tan espiritualizadas que no aman el mundo). Pero han superado esos placeres en su búsqueda de la alegría moral, de la sensación de que han alineado su vida hacia algún bien último. Si tienen que elegir, eligen la alegría.

La felicidad y la alegría

En la felicidad interviene una victoria del yo, una expansión del yo. La felicidad nos llega cuando avanzamos hacia nuestras metas, cuando las cosas nos salen como queremos. La felicidad suele tener que ver con algún éxito, con alguna habilidad nueva o con algún placer sensual intenso. 

La alegría suele tener que ver con trascender el yo. Es el momento en que se disuelve la barrera de piel que hay entre otra persona o ente y sientes que están fusionados. La alegría está presente cuando la madre y el recién nacido se miran a los ojos con adoración; cuando un excursionista se queda impresionado ante la belleza del bosque y se siente uno con la naturaleza; cuando un grupo de amigos bailan al unísono con delirio.

En la alegría solemos olvidarnos de nosotros mismos. La felicidad es a lo que aspiramos en la primera montaña. La alegría es una consecuencia de vivir en la segunda montaña. Podemos contribuir a crear la felicidad, pero la alegría nos invade. La felicidad nos agrada, pero la alegría nos transforma.

Cuando vivimos la alegría solemos sentir que hemos vislumbrado un nivel de la realidad que es más hondo y más auténtico. Un narcisista puede ser feliz, pero un narcisista no puede ser alegre nunca, porque el narcisista es incapaz de entregar su yo.

La felicidad es buena pero la alegría es mejor. Así como la segunda montaña es una fase de la vida más plena y más rica posterior a la primera montaña, la alegría es un estado más pleno y más rico que va más allá de la felicidad. Además, mientras que la felicidad tiende a ser frágil y pasajera, la alegría puede ser fundamental y perdurable.

Enfrentar las dificultades

La reacción normal ante una época de sufrimiento es intentar salir de ella. Abordar los síntomas. Tomarse unas copas. Poner unos cuantos discos tristes. Seguir adelante.

Lo que te conviene hacer de verdad cuando te encuentras pasando unos momentos de sufrimiento es erguirte en el sufrimiento. Esperar. Ver lo que puede enseñarte. Entender que tu sufrimiento es una tarea que, si la llevas como es debido, con la ayuda de otros, no te empequeñecerá sino que te hará más grande.

El valle sería donde nos quitamos de encima el yo viejo para que pueda surgir el yo nuevo. No hay atajos. No hay más que ese mismo eterno proceso de tres pasos que llevan describiendo los poetas desde hace una eternidad: del sufrimiento a la sabiduría, y de la sabiduría al servicio de los demás. 

Morir el yo viejo, limpiarse en el vacío, resucitar en el nuevo. Desde el suplicio del valle, pasando por la purgación en el desierto, hasta llegar a la visión en la cumbre de la montaña.

Como toda persona tiene alma, toda persona merece un cierto grado de respeto y de buena voluntad por parte de los demás. Como toda persona tiene alma, nos indignamos con justicia cuando se ofende, se desprecia o se anula esa dignidad. El alma es el semillero de tu consciencia moral y de tu sentido ético.

Lo que hace el alma es, principalmente, anhelar. Si el corazón anhela la fusión con otra persona o con una causa, el alma anhela la rectitud, la fusión con el bien.

Si tienes suerte, en el valle aprendes a verte a ti mismo como una persona completa. Aprendes que eres algo más que un cerebro y algún talento con el que impresionar al mundo: eres también un corazón y un alma. Y desde entonces, todo lo que hagas durante el resto de tu vida tenderá a dar testimonio de esa realidad.

Cuando se ha producido este abandono del yo del ego y este surgimiento del corazón y del alma, las personas están preparadas para abordar la segunda montaña.

Ahora, nuestra tarea consiste en quedar derrotados por cosas cada vez más grandes. 

Consiste en confiar en la vida y en entregarnos a las llamadas que nos atraparán y nos enseñarán el camino.

La segunda montaña

La persona que emprende la escalada de la segunda montaña organiza una rebelión silenciosa contra esa cultura del “soy libre para ser yo mismo” que sigue siendo el rasgo definitorio de nuestra época.

La segunda montaña es un lugar donde se hacen promesas. Es una cuestión de establecer compromisos, de atarse y de entregarse uno mismo. Nuestros compromisos nos dan nuestra identidad. Son lo que decimos que somos cuando nos presentamos a un desconocido. Son los temas de conversación que nos hacen brillar los ojos. Son lo que da constancia y coherencia a nuestra vida.

Nuestros compromisos nos permiten subir a un nivel de libertad más alto. En nuestra cultura concebimos la libertad como una ausencia de restricciones. Eso es estar libres de algo. Pero existe otra libertad más elevada, la libertad de hacer algo. Esta es la libertad como capacidad plena, y suele llevar aparejada unas restricciones y unas limitaciones.

La vida de la segunda montaña es una vida de amor, de afecto y de compromiso. Es el antídoto contra tantas cosas de nuestra cultura que están mal. Hay muchos tipos de personas de la segunda montaña, hombres y mujeres que tienen compromisos profundos que les definen la vida. 

Esto es lo que se nota en las personas de la segunda montaña. Han sufrido un cambio de motivación. Se les han transformado los deseos. Generalizando un poco, podríamos decir que existen seis niveles del deseo: 

  1. Los placeres materiales. Tener buena comida, un buen coche, una casa buena. 
  2. Los placeres del ego. Ser famosos, o ser ricos y tener éxito. Alcanzar victorias y el reconocimiento de los demás. 
  3. Los placeres intelectuales. Aprender cosas. Entender el mundo que nos rodea. 
  4. La generatividad. El placer que nos produce dar a los demás y prestar servicios a nuestras comunidades.
  5. El amor alcanzado. Dar amor y recibirlo. La unión arrebatada de las almas.
  6. La trascendencia. La sensación que nos produce vivir siguiendo un ideal.

Nuestro pensamiento social ha sido forjado principalmente durante muchos siglos por hombres, por hombres que salían al mundo a competir mientras las mujeres solían quedarse en casa y cuidaban de la familia.

Aquellos hombres no eran capaces siquiera de apreciar aquella actividad que sustentaba los sistemas políticos y económicos que ellos estudiaban durante toda su vida. Pero cuando miramos el mundo con los ojos bien abiertos y vemos que los padres cuidan a sus hijos, que los compañeros de trabajo se ayudan mutuamente, que la gente se reúne y se encuentra en los cafés, nos damos cuenta de que el cuidado amoroso no es una cosa marginal en la sociedad. Es la base misma de la sociedad.

Estas personas que crean comunidad están impulsadas principalmente por los niveles del deseo número cuatro, cinco y seis: por las motivaciones emocionales, espirituales y morales; por un deseo de vivir en relación estrecha con los demás, de cambiar algo en el mundo, de sentirse a gusto consigo mismas. Las impulsa el deseo de integración y la generosidad.

Del Hiperindividualismo al Relacionalismo

Al concebirnos a nosotros mismos principalmente como yos autónomos hemos destrozado nuestra sociedad, hemos abierto la puerta a la separación y al tribalismo, hemos acabado por venerar el estatus del individuo y su autosuficiencia y hemos tapado lo más hermoso del corazón y del alma de cada ser humano.

El mundo se encuentra en uno de esos momentos de transición. La ecología moral individualista se derrumba a nuestro alrededor. Ha dejado a la gente sola y desnuda. La primera reacción instintiva de muchas personas es la evolutiva: volver a la tribu.

Si nosotros, como sociedad, reaccionamos ante los excesos del “soy libre para ser yo mismo” con una era del “volver a la tribu”, entonces el siglo XXI será una era de conflictos y de violencia ante la cual el siglo XX parecerá un juego de niños. Existe otra manera de encontrar integración. Existe otra manera de encontrar sentido y propósito. Existe otra visión de una sociedad sana. Es por medio del relacionalismo. 

Consiste en profundizar en nosotros mismos para descubrir nuestra capacidad ilimitada para querer, y abrirnos después hacia el exterior en un compromiso con los demás. En este manifiesto procuro presentar mis argumentos contra el hiperindividualismo del momento actual y a favor del relacionalismo, que es una manera mejor de vivir.

La mejor vida adulta es la que se vive estableciendo compromisos y cumpliéndolos: compromisos con una vocación, con una familia, con una filosofía o una fe, con una comunidad. La vida adulta es una cuestión de hacer promesas a otros y de ser fiel a esas promesas. La vida más hermosa se alcanza con la entrega mutua de regalos sin condiciones. 

El relacionalismo es una vía media entre el hiperindividualismo y el colectivismo. El primero separa a la persona de toda conexión profunda. El segundo anula a la persona dentro del grupo y concibe a los grupos como unos rebaños sin rostro. 

El relacionalista concibe a cada persona como un nodo de una red densa y encantada de compromisos cálidos. Aspira a construir un barrio, una nación y un mundo de personas diversas y creativas que han establecido compromisos de muchos modos distintos, pero que están unidas, no obstante, por unos hilos sagrados.

Notas finales

El viaje fundamental de la vida moderna es el del yo hacia el servicio a los demás. Al principio atendemos al ego tal como lo tenemos programado, pero después vamos aprendiendo a escuchar la llamada más elevada del corazón y del alma. Una buena parte del pensamiento social moderno considera que los seres humanos son eminentemente egoístas.

Tenemos unas motivaciones que son más fuertes todavía que el autointerés, aunque sean más imprecisas. En el centro más profundo de cada persona se encuentra lo que llamamos metafóricamente el corazón y el alma. 

Nuestra sociedad no nos enseña a dar dones de manera efectiva. Es una cosa a la que no se da importancia en las escuelas. La cultura popular tiene ideas confusas al respecto. 

La visión del mundo relacionalista no consiste en que las fuerzas del bien deban imponerse a las fuerzas del mal. Es siempre una competencia entre verdades parciales. Es siempre una conversación entre el yo y la sociedad, una conversación que va evolucionando. 

Es siempre un equilibrar tensiones y un procurar vivir la vida con un equilibrio elegante. La vida relacionalista está llena de desafíos; pero es una vida alegre, en último extremo, porque está integrada en el afecto y está coronada de alegría moral.

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